La vitalidad de Clint Eastwood me sigue sorprendiendo. Con Gran Torino vuelve a demostrar que no es necesario tener un gran presupuesto, ni actores conocidos, ni efectos especiales, tan sólo el talento que a él le sobra, para hacer de una historia sencilla una película tan viva y emocionante, y de nuevo nos sorprende con una lección de interpretación. ¿Que la película es un vehículo para su lucimiento personal ? Claro ! pero él se lo puede permitir.
Walt Kowalsky es un viejo veterano de la guerra de Corea, que acaba de perder a su esposa, tiene dos hijos a los que prácticamente no conoce, nietos a los que no soporta y un entorno que le es hostil en un barrio que ya no reconoce debido a la inmigración. Bebe cerveza, cuida de su casa y su jardín, y entre sus posesiones más valiosas están su perra Daisy, su mechero Zippo de los 50' y su Ford Gran Torino del 72.
A lo largo de la película, este hombre antisocial, gruñón, racista y lleno de prejuicios cambia su manera, sus formas y la percepción de lo que le rodea cuando sorprende a uno de sus vecinos asiáticos intentando robarle su preciado tesoro. Será la relación con este muchacho y con su familia la que le hará apartarse de su racismo inicial y sacar la generosidad que lleva dentro. La sonrisa, la risa y las lágrimas te invaden fotograma a fotograma. Muchas escenas vienen a mi memoria. Clint encañonando a los “rollitos de primavera” con su famoso “tic” a lo Harry Callaghan, la confesión con el joven cura, la desesperación por la desaparición de Sue y las lágrimas resbalando por su ajado rostro en la oscuridad mientras ves sus nudillos ensangrentados… toda la película es una maravilla. Y el final, es impresionante.
Buena banda sonora, compuesta por él mismo y en la que hasta interpreta una canción con su peculiar voz en los créditos finales.
Eres grande Clint, TÚ siempre me alegras el día. No te vayas nunca. Un 10 sobre 10.