SINÓPSIS |
Es una historia que encoge el alma, un crimen tan repugnante que cuesta creer que haya ocurrido. Una ventosa tarde de marzo, tres muchachos gallegos que habían llegado a la localidad guipuzcoana de Irún buscando trabajo y horizontes más amplios, deciden pasar a Francia para ver una de esas películas que la censura prohibía en España.
A la vuelta, en el lado izquierdo de la carretera que serpentea desde San Juan de Luz a la frontera, los chicos vislumbran las luces parpadeantes de una discoteca. Uno de esos antros de atmósfera densa, donde se puede tomar una copa, escuchar música y ver cimbrearse a alguna mujer de falda corta y ropa apretada. Los gallegos se acodan en la barra y comentan, con la desinhibición que estimulan la juventud y un puticlub donde no te conoce nadie, algunas de las ardientes escenas vistas en el cine un rato antes. Es sábado, pero el local todavía no está muy lleno. Suben el tono, se ríen e intercambian bromas, ignorantes de que en una esquina, parapetados tras unos vasos de güisqui, varios pares de ojos les observan.Uno de los que mira, el más excitado por el alcohol, es Tomás Pérez Revilla, gerifalte de ETA.
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